La Aldea
Artículos de Opinión
 
 
Y entonces, ¿Comunicación Social?
por
Ezequiel Korin
 
 

No es sorpresa, para ninguno, la catástrofe natural que se ha cernido sobre Venezuela en los últimos días; tampoco lo son los deslizamientos de tierras, las crecidas de los lechos de ríos, los desbordes de las quebradas o incluso los decesos propios a dichas situaciones. Lo sorprendente puede ser el cuándo y el cómo: fuera de la época de lluvias y con una furia rara vez vista en la historia de nuestro país. Puede que a otros les sorprenda la parquedad de los voceros gubernamentales, la aplicación de la Fuerza Armada Nacional o el desinterés de algunos sectores privados. A mí, en cambio, me sorprende encontrarme con un cuestionamiento básico profesional: ¿qué hago?. A pesar de que la pregunta resulte simplona e ingenua al principio, una reflexión posterior brinda un aterrador pensamiento, referido específicamente a nuestra “función social”.

El jueves 16 de diciembre parecía iniciarse como muchos otros días en nuestro refugio al norte de Sudamérica: subdesarrollo, pobreza, miseria, irresponsabilidad de unos que lastima a otros, etc. Pocos minutos después, la televisión matutina se encargaba de poner ante mí dantescas imágenes que seguramente provenían de Etiopía, Bangladesh, o alguna zona devastada en algún lejano territorio. Uniformes de Defensa Civil, Guardia Nacional, gobiernos locales y regionales, Cruz Roja y otros desfilaban nerviosamente entre escombros, muerte y confusión. En off, el reportero repetía una y otra vez algo que no lograba comprender: ¿qué tenía que ver la quebrada Anauco con esto? “De seguro se refería a algún sitio en Bolivia llamado Anauco, o por ahí era en el Perú... qué lástima que había sido en América Latina...”, quise pensar, pero la inquietante toma de la blanquecina ambulancia que no desaparecía de la pantalla me obligó a caer en cuenta de las letras azules que denunciaban el sitio del hecho: DEFENSA CIVIL – VENEZUELA. No. Esto no era verdad, no podía ser verdad, no debía ser verdad, pero lo era. Veinticuatro horas después, todavía no se sabe la magnitud de la tragedia acaecida en el Estado Vargas, común sitio de paseo para el Caraqueño habitual que gusta de las playas, nuestra “puerta al Caribe”; tampoco se sabe de la suerte de varias barriadas de la capital o de algunas zonas circundantes al Distrito Capital en el Estado Miranda. Entonces, me pregunto, ¿qué hago?

Por un segundo, reflexiono sobre mis posibles aportes a la emergencia que está viviendo nuestro país, quizás por solidaridad humana, quizás por simple raciocinio, quizás por la premisa básica del buen samaritano. Debo reconocer una cosa, soy capaz de ayudar en todo, en cualquier ámbito y comprendo que puedo hacer mejor aquello para lo cual he sido entrenado profesionalmente: desafortunadamente no soy ingeniero, ni médico, ni militar, ni rescatista, ni psicólogo, ni muchas otras profesiones que pudiera haber escogido... no, soy un Comunicador Social. ¡Qué pensamiento tan desolador! Una vez más me pregunto, ¿qué hago? Ahora, seguro de mi entrenamiento técnico y teórico en el área de la Comunicación Social, me dedico a observar qué hacen mis “colegas”... una toma aérea de muchedumbres que tiritan de frío, preguntas impertinentes a personas en estado de shock, comentarios politicistas que culpan a uno u otro bando, reportajes espectaculares con la sensibilidad de Maite, el interés de Sergio Novelli, el “positivismo” de Carlos Fraga y sus astros o la incomprensible alegría de Daniela Kosan al saberse los términos meteorológicos al momento de entrevistar a un Maestro de Primera de la F.A.V....

La Comunicación es una Caja de Pandora, de ello no hay duda alguna en mí: cuando pienso, después de cuatro años de estudiar teorías sobre patrones de comunicación interpersonal, intragrupal, inter-psíquica – y cuanta otra permuta exista – después de tanto tiempo de escuchar acerca de cómo el ser humano existe en sociedad, cuáles son sus formas de socialización y de comprender el mundo que le rodea... después de cuatro años de estar sentado en un aula viendo esquemas de las sociedades como grupos de individuos con pensamientos, sentimientos e ideas propias...

Después de todo esto, ¿qué hago?

La única respuesta que puedo articular me inquieta: comunicar. Comunicar implica estar fuera del hecho, estar ajeno al sentimiento que se busca reflejar. Así, debo mantenerme al margen, apuntando con una cámara a la corriente que arrasa todas las pertenencias de una familia que llora en el fondo... grabando el llanto de una niña que no encuentra a sus padres debajo de varios metros de lodo seco y escombros... escribiendo del lagrimoso paso de una madre por el campo de damnificados en búsqueda de sus hijos... y aún más, sin intervenir.

No. No puedo creerme capaz de semejante acto de deshumanidad, de egoísmo e individualismo. No puedo considerarme capaz de ello, por mucho y muy bueno que sea mi entrenamiento. No puedo pensar en tener la oportunidad de salvar una vida humana y limitarme a comunicarle a otros que ésta está a punto de perderse. No.